jueves, 29 de diciembre de 2011

DIOS SIGA BENDICIENDO A VENEZUELA E ISRAEL










EN 1939 fue, como pocos, de fogajes venidos del otro lado del mundo. Dos barcos de bandera alemana emergieron del horizonte con una inesperada carga de condenados a muerte. Venían de una desesperada ronda, sin que ningún gobierno aceptara otorgarles refugio y con ello la única oportunidad de salvarse de las garras del nazismo. Los barcos Caribia y Koenigstein habían salido del puerto de Hamburgo con intensiones de atracar en Trinidad y Barbados, sin imaginar que el destino los llevaría a dejar su molesto fardaje en orillas venezolanas. La primera embarcación consiguió fondear en Puerto Cabello el 3 de febrero de 1939, deshaciéndose de 86 judíos en su mayoría alemanes y austríacos, mientras la segunda, con 165 pasajeros de semejante linaje pero tras un peregrinaje mucho más desconsolador, lo hizo en La Guaira el 8 de marzo. El General Eleazar López Contreras, entonces presidente del país, debió imponerse ante un camaleónico gabinete y leyes que de manera expresa prohibían la entrada de personas de raza no aria. Los judíos habían ido a parar a la lista de inmigrantes «no deseables» —junto a los negros y asiáticos— por ser considerados posibles monopolizadores del comercio y sospechosos de espionaje nazi. Sin embargo, el que estos parias fueran legalmente ciudadanos de países con los que Venezuela mantenía relaciones diplomáticas, domeñaba cualquier asomo de racismo o antisemitismo y ponía en jaque la negativa de otorgar visas. Gracias al sobresalto de la política inmigratoria criolla, unos 7500 judíos entraron a Venezuela entre 1935 y 1950. En su primera travesía del año 1939, el Caribia zarpó con una encomienda precisa: dejar en cualquier puerto a los 86 judíos que, tal como los 350 alemanes no semitas que hospedaba el barco, habían adquirido pasajes a un precio aproximado de 250 dólares. Se presume que el gobierno alemán pretendía echar a las aguas sin rumbo fijo al contingente de judíos para demostrar al mundo que no sólo ellos los rechazaban. Así, el 14 de enero el Caribia arrancó  con todos los alardes gastronómicos y festivos de un crucero turístico hacia Trinidad, su primer destino tropical, haciendo antes escala en Amberes. En la isla los judíos no consiguieron la salvadora visa, debiendo continuar viaje hacia La Guaira. Allí cuatro días más de ardua faena burocrática fueron inútiles, por lo que el barco elevó anclas dirigiéndose hacia Puerto Cabello en su habitual ruta, que incluía Panamá, San Limón y Belice. En ese puerto, las noticias no fueron mejores.  La comunidad judía apostada en la ciudad de Valencia intentó movilizar sus influencias pero el buque tenía autorización de permanecer en puerto sólo hasta las ocho de la noche, hora que el reloj marcó tajante sin que el permiso del presidente López Contreras hubiera sido recibido. El Caribia partió entonces hacía Curazao, bajo la mirada atónita de los carabobeños y sosteniendo la desesperanza de quienes se sabían echados al vacío. Sin embargo, dos horas después de surcar alta mar, la autorización presidencial llegó a Puerto Cabello y una señal de radio comunicó las buenas nuevas. Los pasajeros debieron suplicar al capitán, quien a regañadientes giró el timón. Había una madrugada profunda cuando el Caribia se acercó de nuevo a las costas venezolanas. Cuentan que en Puerto Cabello no había luz suficiente para que un barco de esa magnitud atracara, por lo que fueron encendidas las bombillas de cada una de las casas del pueblo y de cuanto camión y automóvil fue posible. Esa noche los agotados y resurrectos viajeros fueron recibidos por la banda de la policía y cobijados en pensiones del pueblo. La prensa de la época reseñó ampliamente la llegada de estos judíos  enarbolando la idea de justicia y conveniencia para Venezuela y describiéndolos como «gente de trabajo y en posesión de utilísimos conocimientos científicos e industriales. Plasmada una acuarela de inocencia antropologizante, el 12 de febrero el diario La Esfera señaló: «La impresión que dan, al verlos por primera vez, es sumamente agradable.  A lo largo de los sesenta años transcurridos desde la llegada del Caribia, la nostalgia ha tejido innumerables mitos.  Desde el mar intentaron enviar telegramas al presidente de los Estados Unidos pidiendo refugio, pero nunca contestaron .oraron por  un telegrama dirigido al General Eleazar López Contreras, firmado en nombre de la Sociedad Israelita por su presidente, Manuel Holder, con fecha 3 de marzo de 1939. Quizás a la misma hora en que el General desdoblaba con curiosidad el telegrama, en su despacho se encontraba un grupo de representantes de la comunidad judía caraqueña. El 4 de marzo la Sociedad Israelita acusó recibo de un telegrama firmado por el propio López Contreras en el que informaba haber pasado el asunto a consideración del Ministro de Relaciones Interiores. Sin embargo, debieron pasar 4 días más antes de que los náufragos pudieran pisar suelo libertador. «Nos preocupaba qué hacer con los 165 judíos, dónde llevarlos.  El 8 de marzo todo estaba preparado en la hacienda cafetalera, ubicada en el kilómetro 32 de la carretera Petare-Guarenas: Las 46 familias, 18 niños y 46 solteros fueron recibidos por un grupo de correligionarios y de inmediato transportados en autobuses hasta Mampote, doña María Teresa Núñez Tovar de López Contreras, apareció en el escarpado terreno con un camión lleno de víveres, gesto que le valió años después una condecoración de la Unión Israelita de Caracas. La transitoria vida en Mampote se fue amoldando al oleaje de los días. Agradecidos ante la bondad del gobierno y el pueblo venezolano. El clamor popular  expresado por la prensa aludía a que los judíos se quedaran en el país: «Es la voluntad de la Nación, es el sentir del pueblo, de ese pueblo que los recibió entusiastamente en La Guaira y que los visita continuamente en su refugio de Mampote. Venezuela necesita gente laboriosa y honrada y los judíos lo son. Pues que se queden, en buena hora, compartiendo nuestra tierra y nuestro cielo, comiendo nuestro pan y disfrutando del afecto nacional.  En la bitácora presidencial y vital del General Eleazar López Contreras el incidente de los barcos alemanes ha sido poco resaltado, aunque no olvidado por su biógrafo. López Contreras era un hombre sumamente justo y honesto. El presidente López llevó una vida de trabajo, de enfrentarse a muchas dificultades. Viajó mucho y conoció a venezolanos muy diversos y eso le permitió tener un grado de comprensión del ser humano. Además, por su formación intelectual era respetuoso de las libertades y los derechos ajenos. Un hombre enérgico, pero también liberal y democrático. Quienes sobrevivieron al desafuero nazi gracias a la suerte de los barcos Caribia y Koenigstein, no cesan de reiterar que le deben la vida al General López Contreras: «De no ser por la hospitalidad venezolana serían hoy ceniza, un número olvidado entre los 6 millones de judíos que arrastró el Holocausto.